SINOPSIS

En Guadalajara, entre las bulliciosas calles y el constante ajetreo de la ciudad, vivía Leonor, una niña de ojos grandes y corazón inquieto. Su mundo se desplomó el día que supo que su madre, la luz de su vida, sufría de una enfermedad terminal. La noticia llegó como un huracán que la despojó de toda certeza y la sumergió en un océano de dolor y preguntas sin respuesta. El tiempo se convirtió en su enemigo implacable; cada segundo, un recordatorio del inevitable adiós. Pero, en medio de la tormenta, el rancho de sus abuelos maternos en Arandas, en los altos de Jalisco, surgió como un refugio divino, un pedacito de cielo en la tierra. Allí, entre las veredas de tierra roja y el canto de los grillos, Leonor halló consuelo. Los abrazos de sus abuelos eran cálidos, cargados de historias y enseñanzas que tejían un manto de esperanza sobre su alma herida. Las fragancias del rancho —a tierra mojada, a madera y mimbre, a chocolate caliente y tortillas recién hechas— se entrelazaban con sus recuerdos y creaban una sinfonía de consuelo y amor. Bajo el manto estrellado, entre susurros y arrullos, Leonor aprendió a despedirse sin dejar de amar, a llorar sin dejar de soñar. Así, en la magia cotidiana de la vida en el rancho, encontró la fuerza para aceptar la pérdida y abrazó la memoria de su madre como una estrella guía que brillaría por siempre en su cielo interior.

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